Para aprender, primero soltarse…

Para aprender, primero soltarse…

Para aprender, primero soltarse…

 

Centímetro a centímetro, palmo a palmo, el caballero escaló, con los dedos ensangrentados por tener que aferrarse a las afiladas rocas.  Cuando ya casi había llegado a la cima se encontró con un canto rodado que bloqueaba su camino. Como siempre, había una inscripción:

«Aunque este universo poseo, nada poseo, pues no puedo conocer lo desconocido si me aferro a lo conocido.»

El caballero se sentía demasiado exhausto para superar el último obstáculo. Parecía imposible descifrar la inscripción y estar colgado de la pared de la montaña al mismo tiempo, pero sabía que debía intentarlo.
Ardilla y Rebeca se sintieron tentadas de ayudarle, pero se contuvieron, pues sabían que a veces la ayuda puede debilitar a un ser humano.

El caballero inspiró profundamente, lo que le aclaró un poco la mente. Leyó la última parte de la inscripción en voz alta: «Pues no puedo conocer lo desconocido si  me aferro a lo conocido».

El caballero reflexionó sobre algunas de las cosas conocidas a las que se había aferrado durante toda su vida. Estaba su identidad, quien creía que era y que no era. Estaban sus creencias, aquello que él pensaba que era verdad y lo que consideraba falso. Y estaban sus juicios, las cosas que tenia por buenas y aquellas que consideraba malas.
El caballero observó la roca y un pensamiento terrible cruzó por su mente: la inscripción decía que debía soltarse y dejarse caer al abismo de lo desconocido? también conocía la roca a la cual se aferraba para seguir con vida.

¡Lo has agarrado, caballero!, dijo Sam. !Tienes que soltarte!

Qué intentas hacer, matarnos a los dos?, gritó el caballero.

!De hecho, ya estamos muriendo ahora mismo!, dijo Sam. !Mírate! Estas tan delgado que podrías deslizarte por debajo de una puerta, y estás lleno de estrés y miedo.

!No estoy tan asustado como antes!, dijo el caballero.

!En ese caso, déjate ir y confía!, dijo Sam.

Que confíe en quién?, replicó el caballero, enfadado. Estaba harto de la filosofía de Sam.

!No es un quién!, respondió Sam. !No es un quién, sino un qué!

Un qué?, preguntó el caballero.

!Sí!, dijo Sam. La vida, la fuerza, el universo, Dios, como quieras llamarlo.

El caballero miró por encima de su hombro y vio el abismo aparentemente infinito que había debajo de él.

!Déjate ir!, le susurró Sam con urgencia.

El caballero no parecía tener alternativa. Perdía fuerza cada segundo que pasaba y la sangre brotaba de sus dedos allí donde se aferraban a la roca.

Pensando que moriría, se dejó ir y se precipitó al abismo, a la profundidad infinita de sus recuerdos.  Recordó todas las cosas de su vida a las que había culpado, a su madre, a su padre, a sus profesores, a su mujer, a su hijo, a sus amigos y a todos los demás.

A medida que caía en el vacío, fue desprendiéndose de todos los juicios que había hecho contra todos.
Fue cayendo cada vez más rápidamente, vertiginosamente, mientras su mente descendía hacia su corazón. Luego, por primera vez en su vida, contempló su vida con claridad, sin juzgar y sin excusarse.

En ese instante, aceptó toda la responsabilidad por su vida, por la influencia que la gente tenía sobre ella, y por los acontecimientos que le habían dado forma.

A partir de ese momento, fuera de sí mismo, nunca más culparía a nada ni a nadie de todos los errores y desgracias. El reconocimiento de que él era la causa, no el efecto, le dio una nueva sensación de poder. Ya no tenía miedo.

Le sobrevino una desconocida sensación de calma y algo muy extraño le sucedió: !empezó a caer hacia arriba! !Sí! !Parecía imposible, pero caía hacia arriba sabiendo que estaba unido al cielo y a la tierra. Continuaba cayendo. Repentinamente, dejó de caer y se encontró de pie en la cima de la montaña y comprendió el significado de la inscripción de la roca. Había soltado todo aquello que había temido y todo aquello que había sabido y poseído. Su voluntad de abarcar lo desconocido lo había liberado. Ahora el universo era suyo para ser experimentado y disfrutado.

(Extraído del capítulo 7, El caballero de la armadura oxidada)

Espero hayas disfrutado de la lectura!

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Lic. Sonia Grotz

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